La vida cotidiana está rodeada por cosas tan frías y
normales y porqué no decirlo hasta banales; uno a veces solo es una cosa banal
¿y qué somos nosotros sino una cosa rodeada por otra que vive por inercia? Eso,
si a uno no lo despierta un buen pellizcón de la vida, o un libro de Sartre,
pero esas cosas por las cuales nos rodeamos encuentran un lugar mágico en el inconsciente,
por ejemplo en una habitación, cosas que sin sabernos conscientes de ello se
van adentrando en nuestro mundo y debido a que se embozan tanto de rutina les
vamos dando el rincón más oscuro de nuestra mente no agregándoles en el
depósito de las cosas imprescindibles (que por cierto lo son) sino aquel al que
nunca nos acercamos a buscar, ese que nuestro pensamiento consciente olvida y
casi nunca se detiene a contemplar como un paisaje o, mejor dicho como una
pieza de museo que eso es en realidad, un objeto lleno de pasado. La cama es
digna de una mirada esperanzadora o un saludo de despedida, la calidez con la
que nos espera y soporta (o disfruta yo no sé no le he preguntado) el ímpetu de
dos tibios inquilinos que se recuestan para frotarse sobre esta, ella de
espalda en su superficie, él para servir de sábana inquieta sobre la primera,
una tendida sobre su pecho el otro con la respiración sobre su oreja… Realmente
es merecedora de una mirada nostálgica, cuantas guerras se han gestado sobre
sus dunas multicolores, cuanto forcejeo de primicias, cuanto cielo desparramado
ha quedado allí tendido, cuanta paz ha quedado en sus bordes firmada, cuantos
jadeos de cansancio en ese lugar que se supone fue hecho para descansar.
Pensando en eso hoy por la noche me encontré no por
casualidad sino por rutina con el cepillo de dientes y me detuve a contemplarlo
(cosa que creo no había hecho nunca) antes de tomarlo y mientras lo observaba
recordaba que fue mi gestor de limpieza bucal antes de cada cita con María,
María quien me dejó su carta de renuncia idílica al lado de su sillón, sillón
que fue el lobby del placer carnal que con maría por cierto, era también
espiritual, María quien estrenó mi corazón más no mi cuerpo, María quien una
tarde mientras sacaba mi corazón de ciruela pasa y lo colocaba en una bolsa
negra llena de escorpiones para después prenderle fuego me dijo:
-Yo no es que te quiera, estoy con vos solamente
para pasar el tiempo, de hecho pienso que deberías conseguirte a alguien mejor
(si César yo también tengo Marías que se van).
María, en el fondo, hay un poco de ella en mi
cepillo de dientes, mi cepillo de dientes blanco y bien torneado con un chaleco
anaranjado, parece de esos chicuelos que acuden ávidos a las discotecas, presos
de la soledad moral; yo no los culpo pero incluso mi cepillo de dientes ha
visto quizá la mismas cosas que ellos a lo mejor mas que otros, mi cepillo de
dientes blanco y con chaleco anaranjado olvidé mencionar, con cerdas ya muy
despeinadas, quien me aseaba hace mucho, antes de por primera vez experimentar
la sucia pero dulce sensación de besar
dos bocas distintas la misma tarde y con el mismo nombre (bocas distintas,
mismos nombres) Alejandra y Alejandra, por caprichos del destino o por poca
imaginación de parte de sus padres, un mismo nombre se acercaba a mi en dos
volúmenes distintos al mismo tiempo, distinto idilio mismo cepillo de dientes.
Alejandra uno: Quien podría clasificarse dentro del género “femme fatal” a
pesar de su sobrepeso poseía una voz tan dulce que enamoraba a cada sílaba que
pronunciaba (sin mencionar su capacidad histriónica) y con mas de un idilio en
curso de la clase que los noticieros califican de “fatales”, no era
recomendable acercarse a ella, pero gracias a mi suspicacia yo, por supuesto me acerqué. Alejandra dos: Quien
era todo lo contrario poseía armas que no había aprendió a usar aún entre ellas para no entrar en detalles un
cuerpo despampanante esbelto y un rostro
que la cubría de inocencia casi angelical. De ambas mi cepillo de dientes
poseía un buen recuerdo y ¿Por qué no? Hasta
un buen sabor; quien por cierto, me aguardaba dentro de un vaso de vidrio al
lado de mis libros sobre el mueble café al lado de mi cama, si, allí y no en el
baño como la mayoría, era testigo mudo de la paz, los armagedones y los
paraísos terrenales que ocurrían en la cama. Mi cepillo de dientes blanco y
bien torneado con un chaleco anaranjado y como ya mencioné antes ahora con las
cerdas despeinadas que dicho sea de paso lastiman mis encías y que esta noche
venía dispuesto a reemplazar antes de contemplarlo.
Tengo una máquina de afeitar desechable y está a la
par de mi cepillo de dientes quien (si, quien y no que) está dentro de un vaso
de vidrio al lado de mis libros sobre el mueble café al lado de mi cama y cada
primera vez que la uso estoy consciente que será reemplazada dos o tres semanas
después, la frialdad con que me mira desde el espejo me provoca solamente una
sonrisa a medias, parecida a la que me provoca el recuero de aquella chica
altísima de ojos acusantes que besé solo una vez; pero no me pasa igual con mi
cepillo de dientes blanco y con chaleco anaranjado del cual estoy consciente
mencionar que tiene cerdas muy despeinadas que me lastiman las encías y que,
esta noche venía dispuesto a reemplazar antes de contemplarlo. Mientras lo
sostengo en mi mano pienso que darle un trabajo ya para sus últimos años de
vida como limpiar baños o frotar suelas de zapatos apestosos sería una ofensa
para su fidelidad, el cepillo de dientes duele esta noche y me empiezo a
preguntar si son los recuerdos o su camino al basurero los que me lastiman, me
doy cuenta que vale mas de lo que parece. A pesar que tengo un cepillo de
dientes nuevo a su lado, como a mis recuerdos aún no consigo desplazarlos.
Remberto Ramírez
De 25-12-09 a 21-01-10
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