Siente un tremendo escalofrío que le recorre el cuerpo. Se yergue de la cama asustado, pero no ha tenido pesadilla alguna. Tampoco ha sido el despertador que le ha alterado los nervios. Se levanta de la cama, enciende la luz, y parece que todo el la habitación está igual. Es temprano, piensa en todo que lo tiene que hacer, desde bañarse, ponerse la ropa, desayunar algo y luego irse a trabajar. El corazón le pesa toneladas, y las ganas parecen haberse quedado en la almohada. No quiere repetir el mismo ritual de siempre, aunque hace ya tiempo que no lo practica.
Pero se prepara para hacer sus cosas mientras piensa en lo que podría ser su día de trabajo. Los correos, las llamadas del jefe, los chismes entre los compañeros, los clientes y sus reclamos. El hombre se cansa de solo pensarlo. Abre la ventana, pero el sol no asoma, luego da un par de vueltas, sin rumbo, apelando algo que puede hacerlo mover y ponerse en acción. Pero no se le viene nada a la cabeza. Esa rutina es un cuento viejo.
Escucha ruidos en la planta baja de la casa, asustado baja las gradas corriendo, con el corazón latiendo rápidamente. Hay personas en su casa. Una mujer que prepara el desayuno, un hombre de corbata sentado a la mesa hojeando el periódico, dos niños pequeños con el uniforme escolar puesto y las mochilas al hombro. El hombre está asustado, piensa en qué hace toda esa gente ahí, en su casa. Medita unos instantes y teme haber llegado ebrio la noche anterior y haber usurpado una casa vecina. Pero esa es su casa, no hay duda. La gente parece que no lo ve. Él se pasea frente a ellos, parece que él no existe. Luego la mujer despacha a los niños en un transporte escolar que los recoge y se dispone a servir el desayuno. El hombre de la mesa deja a un lado el periódico y comienzan a comer y platicar de forma amena.
Pero el hombre está gritando, está haciendo gestos, pero nadie lo escucha, nadie repara en él. Ahora los nervios le comen la cabeza, está asustado. Pone un poco de atención a la plática de los esposos. Están hablando de un hombre que asesinó a su familia completa, una noche llegó más temprano de lo habitual y encontró a su esposa despidiendo a otro hombre en la puerta. Los celos le atacaron de forma violenta, y comenzaron a discutir con la mujer. Los niños bajan de la segunda planta de la casa al escuchar el alboroto, pero el padre de ellos ya esta apuñalando a la mujer. Horrorizados los niños corren de regreso a sus habitaciones. Pero el odio hace que el hombre los persiga, irrumpe en la habitación y asfixia a los dos niños con una almohada. Luego de la atrocidad, cuando el hombre está plenamente consciente de lo que ha hecho, se echa a llorar. Ya no hay regreso, toma una soga y se ahorca en el barandal de las gradas de la segunda planta. Los esposos comentan este hecho añadiendo que parece imposible que en esa casa tan hermosa hubiera dado cabida un hecho tan macabro.
El hombre se da cuenta que su ropa está manchada de sangre, y ahora recuerda cómo asesinó a su esposa, y a sus hijos los fue asfixiando uno a uno. Mira las gradas y todavía siente su cuerpo suspendido en el aire. El hombre se queda triste, pensando si su familia andará vagando como él, sin saber cómo puede buscarlos o entender su situación. Y el fantasma se repliega de nuevo a la habitación donde todos los días sueña que despierta y que está vivo, y que tiene que ir a trabajar.
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